Los números hablan claro: en 2025, el sector fintech ha crecido un 45% en comparación con el año anterior, alcanzando una valoración de más de 1 billón de euros en Europa. Este crecimiento desafía las estructuras tradicionales de la banca, algo que, desde mi experiencia en Deutsche Bank, se ha venido observando desde la crisis de 2008.
Durante la crisis, la liquidez se convirtió en un concepto crítico. Las instituciones financieras se encontraron ante la necesidad urgente de innovar y adaptarse. Hoy, la fintech se sitúa en el centro de esta transformación, ofreciendo soluciones más ágiles y accesibles. La lección más importante que hemos aprendido desde 2008 es que la innovación debe ir acompañada de una sólida compliance y due diligence.
La incesante evolución tecnológica ha permitido a las fintechs ofrecer servicios que antes eran monopolio de los grandes bancos. Quien trabaja en el sector sabe que la velocidad de adopción de los servicios digitales se ha vuelto fundamental, como demuestran los datos de McKinsey Financial Services, que indican un crecimiento del 60% en el uso de aplicaciones bancarias móviles.
No obstante, es crucial mantener un escepticismo constructivo hacia las modas del momento. Las fintechs, aunque con el potencial de revolucionar el sector, enfrentan desafíos significativos en términos de regulación, liquidez y sostenibilidad económica. La FCA ha lanzado iniciativas para asegurar que estas empresas no solo innoven, sino que lo hagan de una manera que proteja a los consumidores y al sistema financiero en su conjunto.
Mientras las fintechs continúan desafiando a los bancos tradicionales, es fundamental que las instituciones financieras no pierdan de vista las lecciones aprendidas de la crisis de 2008. La verdadera innovación no es solo una cuestión de tecnología, sino también de responsabilidad y estabilidad a largo plazo. Las perspectivas de mercado para los próximos años se mantienen optimistas, siempre que el sector logre encontrar un equilibrio entre innovación y compliance.


