A medida que la tecnología avanza, los robots de compañía han dejado de ser una mera fantasía de ciencia ficción. Hoy en día, se encuentran en aulas, bibliotecas y hogares, diseñados para leer historias, jugar y proporcionar consuelo a los niños. Sin embargo, su función en la vida familiar va más allá de su propósito inicial, como lo demuestra un reciente estudio realizado en Canadá y Estados Unidos.
Uso y significado de Luka en la vida familiar
En este estudio, se examinó cómo 20 familias interactuaron con Luka, un robot de lectura con forma de búho. Este pequeño dispositivo está diseñado para escanear y leer libros ilustrados en voz alta, haciendo de la hora de los cuentos una experiencia más atractiva para los más pequeños. El objetivo era entender no solo cómo se utilizaba Luka al principio, sino también cómo se desarrolló y mantuvo esa relación con el tiempo.
Al regresar en 2025 para hacer un seguimiento con 19 de esas familias, los investigadores se sorprendieron al descubrir que 18 de ellas decidieron conservar a Luka, a pesar de que su función de lectura ya no era relevante para sus hijos mayores. El robot permaneció en el hogar no por su utilidad, sino porque había adquirido un significado emocional profundo.
Los niños describían a Luka con términos afectuosos y casi humanos, llamándolo «mi hermanito» o refiriéndose a él como su «única mascota». Estas expresiones no eran simples ocurrencias; reflejaban el lugar especial que el robot ocupaba en su vida cotidiana. Luka había estado presente en rituales familiares importantes, como la lectura antes de dormir, convirtiéndose en un compañero valioso en esos momentos significativos.
El apego emocional a la tecnología
Los padres compartieron sentimientos similares, describiendo a Luka como «parte de nuestra historia». Para ellos, el robot simbolizaba los primeros años de sus hijos, algo que no podrían imaginar desechar. Una familia, en un gesto simbólico, organizó una pequeña «ceremonia de jubilación» antes de pasar a Luka a un primo más joven, reconociendo así su papel en el hogar.
Otras familias encontraron nuevos usos prácticos para Luka. Algunos lo convirtieron en un reproductor de música, una luz nocturna o un objeto decorativo en una estantería junto a otros recuerdos. Los padres admitieron que seguían cargándolo porque sentían que era como «cuidar de» el robot, lo que muestra cómo el dispositivo había superado su propósito original y se había integrado en la rutina diaria.
Implicaciones para el diseño y la sostenibilidad
Los hallazgos de esta investigación plantean importantes preguntas sobre el diseño de tecnologías. ¿Deberían los robots incluir un plan de fin de vida que reconozca su valor emocional? ¿Deberían las empresas considerar que algunos productos serán atesorados y reutilizados, en lugar de ser simplemente desechados y reemplazados? Existen también dimensiones ambientales: si las familias conservan robots por apego emocional, es probable que menos dispositivos terminen en vertederos, complicando así nuestra percepción sobre la sostenibilidad y el reciclaje.
Los académicos que estudian la interacción humano-computadora utilizan el término «domesticación» para describir cómo las tecnologías se integran en las rutinas y significados cotidianos. Este estudio amplía esa idea al analizar lo que ocurre cuando la tecnología se retira. Luka ya no era útil en el sentido convencional, pero las familias aún hicieron espacio para él de manera emocional, simbólica y práctica.
En conclusión, muchos de nosotros conservamos objetos por razones sentimentales, mucho después de que hayan cumplido su propósito original. Luka nos muestra que los robots pueden convertirse en algo más que máquinas. A pesar de que la tecnología a menudo se presenta como rápida y desechable, este estudio revela que, en algunos casos, los objetos como los robots pueden permanecer en el hogar porque realmente importan.