¿Sabías que Alan Estevez, exsecretario adjunto de Comercio de EE. UU., fue llamado por la secretaria de Comercio, Gina Raimondo, en 2021 para asumir una tarea crucial? Su decisión de aceptar este reto marcó el inicio de una estrategia diseñada para enfrentar los riesgos geopolíticos que giran en torno a la inteligencia artificial y la feroz competencia tecnológica con China. ¡Vaya responsabilidad!
El llamado a la acción
La llamada de Raimondo tomó por sorpresa a Estevez, quien creía que había cerrado el capítulo de su carrera en el servicio público tras más de tres décadas en el Pentágono. A pesar de haber iniciado un nuevo camino en la consultoría, la posibilidad de contribuir a la supervisión de miles de millones de dólares en financiación de semiconductores lo llevó a replantear su decisión. “$50 mil millones está bien, pero no es mucho dinero”, reflexionó Estevez, consciente de la magnitud del desafío que se avecinaba. Sin embargo, su sentido del deber fue más fuerte y decidió aceptar la oferta.
Cuando asumió oficialmente su cargo en 2022, Estevez se dio cuenta de que estaba en el centro de la primera gran estrategia de EE. UU. para abordar los riesgos geopolíticos relacionados con la inteligencia artificial. La decisión de la administración Biden de controlar las exportaciones de tecnología avanzada a China se volvía fundamental, no solo como una medida económica, sino como una estrategia de política exterior, destinada a frenar la modernización militar y las violaciones de derechos humanos en el país asiático.
Un cambio radical de estrategia
En octubre de 2022, la administración Biden lanzó un conjunto de controles de exportación que prohibían a China acceder a chips avanzados utilizados en la formación de modelos de inteligencia artificial. Este movimiento fue visto como un golpe directo a la economía china, afectando no solo a la industria militar, sino también a la investigación y desarrollo en múltiples sectores. “Esto es una declaración de guerra económica”, comentó un analista del New York Times. ¿Te imaginas las repercusiones?
La estrategia se basó en una práctica antigua de restricciones tecnológicas que se remonta a la Guerra Fría. Pero, más allá de lo convencional, había una nueva preocupación: la posibilidad de que China desarrollara inteligencia artificial general, un sistema que podría superar a los humanos en diversas áreas, lo que representaría una desventaja significativa para EE. UU. y sus aliados.
Los funcionarios de la Casa Blanca, como Tarun Chhabra y Jason Matheny, jugaron un papel clave en la formulación y ejecución de esta política. La idea era clara: mantener a China dependiente de la tecnología estadounidense para limitar sus capacidades de desarrollo y, en última instancia, su poder militar.
Colaboración internacional y efectos secundarios
Sin embargo, implementar estos controles no era tarea fácil. La cooperación de aliados clave, como Japón y los Países Bajos, era esencial. A pesar de las resistencias iniciales, la administración Biden logró convencer a estos países de unirse a sus esfuerzos, subrayando que la inteligencia artificial es el futuro de la guerra y de la economía global. ¿Realmente estamos preparados para lo que viene?
A pesar de los desafíos, los controles de exportación se fueron ampliando, y la administración ajustó las regulaciones a medida que surgían nuevas tecnologías y se identificaban lagunas en la legislación. Estevez recuerda que, a pesar de las dificultades, el enfoque en proteger la seguridad nacional y mantener la ventaja competitiva en el ámbito tecnológico era crucial para la estrategia de EE. UU.
Las tensiones entre EE. UU. y China continúan creciendo mientras la administración Biden se esfuerza por mantener su posición en un mundo cada vez más competitivo. El enfoque en la regulación de la inteligencia artificial y los semiconductores refleja la creciente preocupación por el poder tecnológico de China y sus implicaciones para la seguridad nacional estadounidense. ¿Cómo crees que evolucionará esta situación en el futuro?